Lo que el 2020 me dejó

Lo que 2020 me dejó

Se va 2020, para bien y para mal. Y sí, es un lugar común decir que este año nos ha cambiado. ¿Pero nos ha cambiado en qué sentido? No está claro todavía, pero salimos de este 2020 habiendo enfrentado un momento histórico que todavía persiste.

La pandemia provocada por Covid-19 nos ha confrontado a todos con nuestra desnudez, nuestra vulnerabilidad.

Nos hemos sentido atemorizados, débiles, desconcertados y confundidos ante una realidad que nos supera y que claramente no nos gusta, que nos incomoda y nos provoca conciencia sobre la proximidad de la muerte.

El año que termina nos hace una pregunta directa y franca: ¿estoy dispuesto a despojarme de lo que me da seguridad? ¿Estoy dispuesto a dejar ir recursos, personas y todo aquello que creo que soy, de lo que pienso que me define? ¿Estoy dispuesto a dejar ir?

Creo que este es el mayor mérito del 2020: este año nos recordó nuestra finitud inminente. Somos pasajeros y esta vida habrá de terminar pronto, quizá mañana o dentro de una semana, tal vez en unos años.

Lo efímero de esta vida, conciencia que nos trajo la pandemia, también acarrea preguntas fundamentales.

¿Cómo estoy viviendo? ¿Cuáles son mis prioridades? ¿Qué quiero para mí y los míos? ¿Estoy viviendo en plenitud? ¿Estoy desarrollando mi máximo potencial? ¿Lo estoy compartiendo con otros? Sobre todo, ¿tengo alguna certeza? ¿Qué es esa certeza, dónde está?

Lo entiendo, para muchísima fue un mal año por distintas razones: el trabajo disminuyó notablemente, otros perdieron el que tenían; unos enfermaron y otros vieron cómo sus familiares cercanos sufrían los estragos del virus incluso hasta la muerte.

De nuevo: ahí están la vulnerabilidad, la debilidad, la conciencia del fin próximo. Y así estamos todos: en el camino, haciendo el intento, dando lo mejor que podemos con las herramientas que tenemos, ni más ni menos.

Aunque a veces nuestras sombras se dejan ver como si fueran nuestra verdadera cara, la pandemia me enseñó a convivir entre grises. El 2020 fue elocuente al enseñarnos que no somos dueños de nada, no controlamos nada, no poseemos nada. Y eso es perfecto.

El 2020 me dejó no sólo la conciencia de la proximidad de la muerte, el recuerdo permanente de que esto habrá de terminar, sino que acepto conscientemente todo lo que es, porque es perfecto del modo en que es.

No sólo eso, el 2020 me dejó la certeza de saber que estoy unido permanentemente a la fuente de Amor Infinito que está en mí y en todos, pero que me trasciende; esa Fuente de Inteligencia y Sabiduría -Dios, el Ser, el Universo- que me da vida y guía cada segundo de mi existencia en este plano.

¿Fue un buen año 2020? No lo sé. Lo que sí sé es que se va y yo lo termino muy diferente a como lo empecé: con el corazón abierto y el alma en libertad.

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